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viernes, 24 de diciembre de 2010

XI CERTAMEN INTERNACIONAL DE RELATO CORTO Y POESÍA DE NAVIDAD CIUDAD AUTÓNOMA DE MELILLA

El conocido certámen literario, convocado por la Ciudad Autónoma de Melilla, fue adjudicado a Ricardo Cid Paz y Lázaro Dominguez en sus respectivas modalidades .

La narración ‘Escalera al cielo’, de Ricardo Cid Paz, de Orense, obtuvo el primer premio del XI Certamen Internacional de Relato Corto y Poesía de Navidad Ciudad de Melilla, dotado con dos mil euros de premio y organizado por la Consejería de Presidencia y Participación Ciudadana con la colaboración del Sindicato Nacional de Escritores Españoles.

Dentro de esta misma modalidad el accésit, cuya dotación es de 750 euros, ha ido a parar al trabajo titulado ‘El Camello Rocinante’, de la autora de Albacete Lucía Plaza Díaz.

En lo que respecta a Poesía el primer premio, también con la misma cuantía que en el apartado de Relato Corto, ha recaído en la obra ‘Melilla en Navidad’, del autor de El Ferrol, Lázaro Domínguez Gallego, mientras que el accésit, de igualmente 750 euros, se ha otorgado al trabajo ‘Teselas en la memoria’, de Juan José Vélez Otero, de Sanlúcar de Barrameda.

Desde aquí felicitar a los ganadores, yo por mi parte, aquí os dejo mi cuento navideño.


EL CAMELLO ROCINANTE
Cuando vislumbró las luces de la ciudad a través de la mantilla de niebla de la llanura, el camello pestañeó varias veces. Sacudió las patas, irguió sus jorobas, y se puso, nervioso, a bufar nubes de vaho. Los otros dos camellos le miraron y se sonrieron para sus adentros, puesto que sabían que era su primer día.
En la familia del camello Rocinante, todos habían trabajado al servicio de los Reyes Magos. Su padre, ya jubilado, había servido al Rey Melchor durante más de treinta años, y su abuelo, al Rey Gaspar por otros tantos. Así que Rocinante había preparado intensamente sus oposiciones a camello de Rey Mago, porque quería continuar la tradición familiar; sabía que iba a ser bastante difícil, pues su estatura era más pequeña que la generalmente exigida. Aún así, la dura preparación que sufrió Rocinante dio sus frutos, y sacó tan buenas notas que nadie puso reparos a unos centímetros de menos.
La noche anterior a su primer día de trabajo no pudo dormir; estuvo repasando la ruta planeada hasta el amanecer. Cuando se incorporó a su puesto y descubrió que iba a ser el camello del Rey Baltasar, casi le explota el corazón de alegría, ya que éste era su monarca favorito. Además, el paje de Baltasar había sido muy simpático, regalándole un puñado de dátiles para el camino.

El destacamento al que pertenecía Rocinante era el ESP-Sureste; estaba formado por tres camellos titulares más uno de reserva, por si alguno de ellos sufría algún percance. Existían muchos destacamentos como éste por todo el mundo, dado que los Reyes Magos trabajaban durante toda la noche, por lo que necesitaban que los camellos estuviesen descansados para ir lo más rápido posible. Por ello, cada vez que cubrían una zona determinada, cambiaban de destacamento. Rocinante estaba muy contento de pertenecer al ESP-Sureste, pues su itinerario discurría por una amplia llanura salpicada de pueblos de casitas bajas, con lo que el camino era menos fatigoso que el de otros destacamentos, y además, ese inmenso cielo saturado de estrellas le recordaba al de su infancia en el Sahara. Su abuelo también había realizado este itinerario en su juventud, y ya le había dado algunos consejos.

Llegaron a los pies de la ciudad, cuando faltaba poco más de una hora para amanecer. Era el último reparto en su zona hasta el año siguiente. Rocinante estaba algo nervioso, porque a la hora de repartir regalos, las ciudades siempre eran un poco más complicadas que los pueblos, y tenían edificios de bastante altura. Y es que el camello guardaba un secreto que no había revelado ni a su propia familia. El pobre Rocinante sufría de vértigo, lo era excluyente para cualquier camello que quisiera trabajar con los Reyes Magos.

Cuando entraron en la periferia de la ciudad las calles estaban mojadas, y el frío dibujaba escarchadas constelaciones en los cristales de los coches aparcados. A lo lejos, contempló recortarse la imagen del depósito del agua “como una bienvenida”, le había dicho su abuelo: “No importa por que parte te acerques a la ciudad, el depósito siempre consigue asomar su cabeza con sombrero”. Los primeros edificios de la ciudad no revestían gran dificultad, ya que eran de dos o tres alturas, y hasta ahí, Rocinante podía volar sin dejarse llevar por el miedo. Sin embargo, ya le habían advertido que en el centro de la ciudad, los edificios superaban las diez plantas, lo que le temblaran las patas traseras.
Melchor miró el reloj del campanario de una pequeña iglesia, y dijo: “Se nos ha hecho un poco tarde. Si queremos acabar antes de que todos despierten, será mejor que nos separemos y que cada uno cubra un área para ir más deprisa.” Baltasar y Gaspar asintieron con la cabeza. Melchor ordenó a su paje que desenrollara un papiro que contenía el mapa de la ciudad y, mesándose la barba, señaló sobre éste tres círculos concéntricos: “Yo cubriré este sector”- dijo señalando la periferia - “Baltasar, tú cubrirás la zona centro, y Gaspar la que queda entre la tuya y la mía. Nos veremos en la plaza de la catedral a la salida del sol”.

Así, los tres Reyes iniciaron cada cual su camino con su paje y su camello; uno de éstos, tenía un nudo de dátiles en el estómago. Baltasar guió al camello hasta la plaza del antiguo Ayuntamiento. Le dejó que bebiera agua en una de las fuentes y se puso a concretar con su paje el reparto de regalos, edificio por edificio. Con ayuda del GPS real, localizaron todas las casas donde había niños, y prepararon la lista con los regalos que habían pedido. Cuando todo estuvo listo, Baltasar llamó a Rocinante con un silbido. El camello se acercó y se dejó acariciar la cabeza.
- “Vamos a ver Rocinante, creo que lo mejor será empezar por aquella manzana de edificios altos, que es donde mayor número de familias hay. Subiremos hasta la azotea e iremos bajando piso por piso, ¿de acuerdo?” – dijo el Rey.
El camello asintió con la cabeza gacha. Los dátiles se revolvieron aún más en su pequeño estómago.

- “Pues. ¡vamos allá!”, dijo Baltasar, esbozando una gran sonrisa.

El camello se preparó para recibir el peso del Rey Mago. Sintió cómo Baltasar se acomodaba y colocaba las manos sobre la brida. El paje había preparado un saco con los regalos de los primeros niños, que entregó al monarca.

- “¿Estás listo Rocinante?” – preguntó el Rey - El camello asintió moviendo la cabeza y cerrando los ojos, y comenzó a cabalgar suavemente. Primero, dio dos vueltas a la plaza, y cuando notó que el monarca tiraba de las bridas, comenzó a elevarse. Sintió el aire frío de la noche en la cara, y notó que los regalos pesaban bastante. Aún así, se sintió más confiado y abrió un ojo. Estaba a la altura de una sexta planta. Desde allí, veía casi toda la ciudad, hasta el depósito del agua que le saludaba desde abajo. Sintió un escalofrío, pero continuó elevándose. Con los ojos cerrados, seguía las indicaciones que el rey le daba a través de las riendas, pero no puedo evitar abrir los ojos. Faltaban unos metros para alcanzar la azotea y debajo de él, se extendía un parque como un inmenso mar de coral verde. El sudor cubría su cuerpo y un zumbido envolvió sus oídos; sin poder evitarlo, empezó a caer.

Cuando abrió los ojos, volvió a su mente todo lo sucedido. Estaba tendido en la entrada de un garaje y el paje le había colocado encima una manta.

“No pasa nada Rocinante. No te preocupes. ¿Cómo estás?” –le preguntó el paje acariciándole el hocico. El camello intentó levantarse, pero el paje se lo impidió.

“Baltasar ha dicho que te quedes aquí. Afortunadamente no os ha pasado nada porque las copas de los árboles amortiguaron la caída.” – explicó - “Ya hemos ido a buscar al camello de repuesto para entregar los regalos. No te preocupes y descansa. Cuando hayamos acabado, vendremos a recogerte.”

Pero Rocinante no vio como el paje desaparecía, porque tenía los ojos repletos de lágrimas. Después de llorar un poco, decidió que tenía que ayudar a arreglar lo ocurrido, pues con lo tarde que era, no iba a darles tiempo a repartir todos los regalos. Así que se levantó despacito, y cuando dejaron de temblarle las patas, salió a la calle. Estaba ante el gran parque verde que había divisado desde las alturas. Intentó entrar, pero estaba rodeado de una alta verja. Se planteó la posibilidad de volar, pero las jorobas se le llenaron de escalofríos sólo de pensarlo, así que empezó a caminar alrededor para ver si encontraba alguna puerta. Y la encontró. Era un hueco pequeño, insuficiente para el tamaño de un camello, pero no para un camello de su talla. Así que, arrastrándose como pudo, entró en el parque. Todo estaba en silencio, y las altas copas de los árboles apenas dejaban entrar la luz de la luna. Rocinante caminó a tientas hasta que sus ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad. Caminó hacia la parte más cercana a los edificios, que era donde deberían haber caído los regalos, y allí los encontró debajo de unos grandes abetos, pero con el papel de regalo deshecho y las cintas colgando de las ramas de los árboles.

“¡Ay!” – suspiró el camello- “Y… ¿cómo voy a arreglar yo todo esto?... , con la ilusión que tenía toda mi familia conmigo y ahora voy y ¡lo estropeo todo!. Si al menos estuviese aquí mi abuelo…, seguro que él, con su experiencia, sabría qué hacer…”

Y otra vez se llenaron sus ojos de lágrimas. Pero menos mal que era Navidad y que en esa época, la magia flota en el aire; así que los árboles que vieron las lágrimas de Rocinante, empezaron a agitar suavemente sus ramas, susurrando: “¡Eh, viento! Aquí hay un camello que necesita ayuda…”. Y el viento entendió y sopló y sopló hasta tierras lejanas, dejando un mensaje escrito en las nubes: “¡Eh, abuelo! Aquí hay un camello que necesita ayuda…”. Y el abuelo de Rocinante, preocupado por su nieto, emprendió el vuelo a todo galope en la dirección en que soplaba el viento. Volaba tan rápido que las estrellas parpadeaban para poder verlo, y muchas de ellas, le siguieron con la mirada hasta al parque donde se encontraba el angustiado Rocinante. Cuando aterrizó al lado de su nieto, éste le lleno de besos la cara.

“¡Ay, abuelito!, ¡la que he liado! ... tengo vértigo abuelito, mucho vértigo y mucho miedo…” – dijo apretujándose contra su abuelo.

“Bueno, bueno, Rocinante, vamos a intentar arreglar todo ésto, y luego hablamos de eso, ¿vale?, lo primero es que no se quede ningún niño sin regalos” – dijo el abuelo, mirando el desastre que tenía a su alrededor - “Pero con la hora que es, no nos va a dar tiempo a llevar todos los regalos a casa de los niños”.

“¿Y si traemos los niños aquí?”- dijo Rocinante.

“¡Eso es! Haremos que los niños vengan aquí a recoger sus regalos, ¡ala! Ve colocándolos debajo del árbol y colócales el papel lo mejor que puedas. Yo voy a pensar cómo hacer que vengan aquí.” – dijo cerrando los ojos para concentrarse mejor.

A todo ésto, las parpadeantes estrellas de cielo que habían estado siguiendo la historia con atención, empezaron a hacerse brillantes señales unas a otras, y cuando el abuelo de Rocinante abrió los ojos, admiró estupefacto como las estrellas habían bajado hasta las ramas de los árboles, llenando de luz el parque y haciendo resplandecer las cintas que colgaban de los frondosos ramajes.

“¡Qué bonito!”- exclamó Rocinante- “Ahora los niños podrán encontrar sus regalos siguiendo la luz.”

El abuelo asintió asombrado.

“Pero… ¿cómo haremos que los niños despierten y vean la luz?” – se preguntó el abuelo.

“Muy sencillo” – respondió una diminuta voz que salía del tronco de los árboles – “nosotras les guiaremos hasta aquí”.

El abuelo se aproximó a los abetos para ver de quién era esa voz, y contempló un ejército de pequeñas hormigas dispuestas a echar una mano.

“¿Pero cómo lo haréis?”- les preguntó.

“¡Fácil! Nos colaremos por debajo de la puerta, llegaremos hasta sus camas, y les susurraremos al oído que bajen al parque”. – respondieron.

“¡Bien!… pero tardaréis mucho en llegar hasta allí” – dijo el abuelo – “será mejor que os lleve.”

“No, yo las llevaré abuelo, tú estarás cansado de un viaje tan largo, además, es mi responsabilidad.” – sentenció Rocinante. El abuelo asintió con la cabeza.
Así que Rocinante indicó a las hormiguitas que treparan hasta su lomo, y se metieran dentro de las alforjas que llevaba; al instante, notó un cosquilleo por las patas que le hizo sonreír. Cuando todas las hormigas estuvieron listas, trotó un poco y empezó a elevarse. Pasó por encima de la verja del parque y cerró los ojos, continuó elevándose un poco más, pero otra vez un zumbido empezó a llenar sus oídos, así que abrió los ojos y aterrizó en el balcón más cercano. Con mucho sigilo, Rocinante llevó a las hormigas hasta el rellano de cada planta, ya que como era tan pequeño cabía en el ascensor, y, una vez allí, ellas entraban en cada dormitorio, ascendían hasta alcanzar la cama y susurraban al oído de los niños, los cuales corrían hasta el parque en pijama. En algunos casos, las hormigas tuvieron que hacer cosquillas en la barriga a los más remolones.

En el parque, el abuelo de Rocinante, escondido tras unos arbustos, pudo ver cómo los niños bajaban guiados por la luz de las estrellas, cómo se quedaban maravillados y con la boca abierta al ver a los preciosos árboles llenos de luces y cintas brillantes, y cómo compartían los juguetes al ver que algunos se habían estropeado en la caída y que no había para todos. Además, de ese modo, los niños conocieron nuevos amigos con los que jugar.

Baltasar, que lo vio todo desde su camello de reemplazo, sonrió para sus adentros y pensó que nunca había tenido un camello que le hubiese hecho un regalo como aquel, así que decidió que Rocinante sería su camello oficial, y también dispuso, que a partir de aquel momento, todos los niños deberían buscar sus regalos bajo los árboles. Y también es así, que desde ese momento, todos los niños sienten un cosquilleo, en la tripa, la noche de Reyes.
Más info:

miércoles, 15 de diciembre de 2010

XXVI CERTAMEN INTERNACIONAL DE POESÍA Y CUENTO BARCAROLA

En el Museo Municipal de Albacete ha tenido lugar este miércoles el fallo del XXVI Certamen Internacional de Poesía y Cuento Barcarola, que organiza el Ayuntamiento de Albacete, institución patrocinadora de la revista, junto a la Diputación Provincial. Los albaceteños Andrés García Cerdán, en la modalidad de poesía (estoy deseando leerlo), y una servidora (aún no me lo creo), en la de cuento, han sido los ganadores.

La entrega de premios será en enero. Más:
http://www.globalclm.com/j-albacete/j-albacete-capital/294502-los-albacetenos-lucia-plaza-y-andres-garcia-cerdan-ganadores-del-certamen-barcarola

Aquí os dejo mi relato. Espero que os guste.



AL TELÉFONO, LA MUERTE

I

Estoy sentado en el salón leyendo. Suena el teléfono. Me levanto. Lo cojo. Digo: “¿Sí?”.
Escucho una respiración entrecortada al otro lado. Insisto: “¿Sí?”.
Una voz profunda responde: “Soy la muerte”.

Mi cerebro no sabe cómo registrar esta información. Pregunto: “¿Quién es?”.
La voz vuelve a contestar: “Soy la muerte”.
Y a continuación escucho una canción que conozco, pero que no logro identificar.
Acuden a mi mente imágenes de una película de Tarantino, esa en la que Uma Thurman baila con una peluca estilo Cleopatra, pero no estoy seguro. Me pongo nervioso. Instintivamente, cuelgo.

“Será algún gilipollas” – pienso para tranquilizarme.

Vuelvo al sofá. Vuelvo al libro.

Paso de página y entro de nuevo en Edimburgo, la ciudad donde se ambienta la novela. Vuelvo a olvidarme de mí, y a ser un profesor de Universidad algo perturbado. Pero el ensueño dura poco porque otra vez suena el teléfono. Me levanto. Lo cojo. Digo. “¿Sí?”.
Y otra vez escucho un jadeo entrecortado.

“Esto es típico de una película de terror” – pienso.

Pero esta reflexión no me tranquiliza.

“¿Sí?” - repito.

“Soy la muerte”- escucho.

Y otra vez la dichosa cancioncita. Pero esta vez no es Uma Thurman la que acude a mi mente, sino una belleza de piel de ébano y largas piernas apoyada en un coche americano. Está claro, bajo cualquier circunstancia los tíos siempre acabamos pensando en lo mismo.
Discúlpenme.
Me llamo Carlos, soy escritor y tengo 37 años.

Estoy en casa intentando leer la novela de un conocido: “Los fantasmas de Edimburgo”, pero alguien está intentando joderme la tarde.
Al otro lado del auricular, la musiquita sigue sonando con calidad de politono y estoy empezando a cabrearme.
Cuando estoy a punto de colgar, la voz dice: “Tengo un encargo para ti, Carlos”.

“¿No será que te escriba la letra de la cancioncita de los cojones?” – me escucho decir.

La respiración continúa entrecortada al otro lado del teléfono. Ahora sí que estoy cabreado. Airadamente, cuelgo. Desconecto el teléfono y despotrico entre dientes del capullo que me está amargando el día.

Aprovecho que estoy de pie para hacerle una visita al frigorífico. Cuando acabo de abrir la puerta de la nevera suena el teléfono. Cierro de un portazo. De vuelta al salón caigo en que lo había desconectado.

Efectivamente. El cable está desenchufado, pero el teléfono no para de sonar.
El corazón se me va a salir del pecho.

El aparato continúa sonando. Lentamente acerco la mano al auricular. Lo cojo. Lo aproximo a mi oído. Con un nudo en la garganta digo: “¿Sí?”.

La voz contesta: “Soy la muerte”.

Ahora ya no escucho ninguna musiquita.

“Como te decía, tengo un encargo para ti”

Ahora ya no tengo cuerpo para hacer ninguna broma y siento cómo se va apoderando de mí la llamada del instinto, la antigua voz de mis ancestros, que dicta que hay que destruir lo que no se puede entender, así que obedezco y tiro el teléfono al suelo, y empiezo a destrozarlo a base de patadas. Le doy literalmente una paliza, hasta que acaba siendo un amasijo de trozos de plástico y cables.
Ahora sí que ha dejado de sonar.

Estoy bastante nervioso, pero reconozco que propinarle una somanta de palos al puto aparatito me ha sentado bien. No quiero pensar más en lo que acaba de ocurrir, así que voy al frigorífico, cojo una cerveza y vuelvo a mi sofá y a mi libro.

Estoy en Edimburgo, soy un profesor de Universidad que asiste a un congreso sobre Shakespeare y mi estancia en la ciudad escocesa va a cambiarme la vida. Mi nombre es Luis Miguel Ortiz.
Estoy sentado en el Aula Magna esperando a que empiece la primera conferencia para la que aún queda un cuarto de hora, destrozado tras una noche de perros en un albergue de mala muerte. Pienso en la becaria que hizo mal la reserva del hotel y me obligó a hospedarme en semejante antro, cuando de repente suena el móvil. Un número desconocido. Lo cojo. Digo: “¿Sí?”.

Escucho una respiración entrecortada al otro lado. Insisto: “¿Sí?”.

Una voz profunda responde: “Soy la muerte”.

Ahora soy un pobre escritor al borde del infarto que acaba de pegar un bote en el sofá. El libro yace en el suelo y la cerveza se derrama entre los cojines.
Me estoy volviendo loco. Pienso una y otra vez que esto no puede estar pasando.

Me acurruco en un rincón del sofá. Respiro hondo. Intento pensar. Intento buscar una explicación lógica a lo que ocurre. Mi cabeza da vueltas, no para de girar…, por favor, que alguien me diga que se trata de una broma.

El libro está tirado en el suelo. Ha caído bastante cerca del cadáver aún caliente del teléfono. Y mi cabeza no consigue hilvanar una explicación racional para todo esto.

De pronto mi móvil empieza a sonar. Está en la habitación del fondo cargándose.
Un escalofrío recorre mi espalda.

Espero seis tonos, como en los concursos de la tele, pero sigue sonando. Me levanto, enciendo todas las luces que encuentro a mi paso y avanzo por el pasillo con todo el miedo del mundo pegado a los talones.

Me siento como la chica rubia de las películas de miedo, que sabe que no debería estar haciendo esto, pero no puede evitarlo.

Ahora estoy junto al móvil. En la pantalla aparece un número desconocido, y mientras lo cojo para afrontar de una vez por todas mi destino, Uma Thurman vuelve a regalarme su imagen.

“¿Sí?”. – digo.

“Soy la muerte” - escucho al otro lado.

“¿Y qué quieres?” - me oigo decir.
“Como te comenté en mi llamada anterior, tengo un encargo para ti”- repite la voz.

“¿Y de qué se trata?” –pregunto mientras pienso de dónde estoy sacando tanto valor.

“Quiero que escribas una serie de historias para mí”

No sé qué decir. No esperaba que nadie me dijese esto, y mucho menos, nadie que se haga llamar “La Muerte”.

“¿Perdón?”

“Quiero que escribas una serie de historias para mí, Carlos. El lunes te enviaré la información y el resto de papeles. Hasta entonces.”

Y otra vez repica en mi cabeza la dichosa musiquita.


II


Es lunes por la noche y estoy en casa.
Son cerca de las doce y no ha habido ningún paquete ni recibo de entrega. Esto hace que me sienta más tranquilo y que la explicación de una broma se torne cada vez más tangible.
En cuanto acabe esta cerveza me voy a la cama.

Tengo la costumbre de ver la tele a oscuras y sin volumen, total, para las tonterías que dicen tampoco es necesario y así, de paso, puedo escuchar la radio. Es genial cuando a veces coincide lo que escucho con lo que veo.

En estos momentos simultaneo un canal extranjero en el que emiten vídeos musicales las 24 horas del día y un programa de radio de documentales. Están poniendo uno de mis vídeos favoritos: “Material girl”, de Madonna. Me encanta verla moverse con ese vestido rosa mientras persigue falsos collares de diamantes.

Mi último trago de cerveza va a coincidir con el fin del vídeo. Sublime final.
Con lo que yo no contaba es con lo que va a ocurrir a continuación. Madonna se acerca a la pantalla y golpea el cristal desde el otro lado. Leo en sus labios mi nombre.

Estoy petrificado.

Como no me muevo, Madonna se impacienta y veo desaparecer uno de sus enguantados brazos de la pantalla. Acto seguido el dial de la radio empieza a moverse. La cerveza vacía rueda por mi sofá.

Dos o tres emisoras más tarde (que a mí me parecen una eternidad) escucho de fondo “Material girl” y la voz de Madonna pronunciando mi nombre con un fuerte acento anglosajón.
La mandíbula inferior va a chocarme contra el suelo.

“Carlos, Carlos. Look at your bed, please.” – dice.

No puedo moverme.

“Do you understand me, Carlos?”” – pregunta.

Y como no respondo, ni me muevo, ni siento, ni padezco, aparecen los subtítulos en castellano en la pantalla:

“Carlos, por favor, ve y mira sobre tu cama”.

Mi cara debe ser un poema porque Madonna abre la boca haciéndome burla y se la cierra con un ligero manotazo en la barbilla. Me guiña un ojo y la tele y la radio se apagan al mismo tiempo.

Sentado en la oscuridad del salón siento como el corazón se me va a salir del pecho y no me atrevo a moverme, esperando a que pase algo.


III


Pero no pasa nada.
Llevo un rato en la misma posición y mis ojos se han adaptado a la penumbra.
Nada se mueve en la casa y los únicos indicios de vida se cuelan del exterior a través de la ventana.

Estoy ahorrando valor para levantarme.
También estoy pensando en llamar a alguien y contarle todo esto, pero ¿quién no me tomaría por un loco?.

No, tiene que haber una explicación lógica para todo esto, sólo que soy incapaz de encontrarla.

Algo dentro de mí me dice que quedándome aquí sentado todo el tiempo no voy a conseguir nada, así que me levanto con todas las precauciones del mundo y me dirijo lentamente hacia mi dormitorio. Por el camino voy encendiendo todas las luces y mirando hacia atrás como si alguien fuese a atacarme por la espalda.

Sobre la cama hay un paquete que no quiero ni pensar de dónde puede haber salido. Me acerco con cuidado y pego el oído por si escucho algún mecanismo de relojería, pero nada. Me atrevo incluso a tocar el paquete varias veces apartándome de un salto, y nada.
Lo miro desde lejos y, aparentemente, es un inofensivo paquete de correos.

Me encomiendo a todos los santos, a los que hacía años que no recordaba, antes de decidirme a abrir el paquete. En su interior aparecen varios portafolios y lo que parece un contrato. También hay una estilográfica.

Leo con detenimiento el contrato y no puedo creer lo que estoy leyendo, sobre todo porque ya resulta bastante extraño que la muerte quiera contratarme.

Tengo que hablar con alguien de esto, pero ¿quién no me tomaría por un loco?


IV


Efectivamente, la única persona capaz de no tomarme por un loco es otra persona menos cuerda que yo: Jorge, mi editor.

Conocí a Jorge en la presentación del libro de un amigo y después de la lectura y el posterior coloquio, después de las conversaciones triviales con alguna frase acertada, y, sobre todo, después de un buen número de copas de vino y cerveza, nos hicimos amigos y, al mismo tiempo, comenzó nuestra relación comercial.

Jorge tiene unos 51 años, gafas redondas, el pelo largo y cano, y una singular sangre fría que le impide sorprenderse por nada; don que espero siga conservando cuando le cuente lo que está pasando. Así que cojo el móvil, elijo “Jorge” y espero seis tonos como en los concursos de la tele, pero al cuarto escucho: “¿Sí?”

Y me oigo decir: “¡Hola Jorge!, soy Carlos, ¿puedes venir a mi casa?”

A lo que él responde sin inmutarse: “Es medianoche”.

A lo que yo subrayo: “Es importante”

“Bien. Espero que tengas vino blanco frío y una buena razón. Voy para allá.” – cuelga.

Y, con manos temblorosas, yo también cuelgo.


V


Media hora más tarde Jorge ya está pulsando el telefonillo de mi casa. Le veo dar la última calada a un cigarrillo a través del videoportero, un poco más tarde, escucho sus pasos detenerse ante mi puerta; puerta que yo abro antes de que le dé tiempo a llamar al timbre.

“¿Qué tal?”- pregunta desinteresadamente mientras entra.

“¡No te vas a creer lo que me ha pasado!” - le digo mientras le tiendo los papeles para que los lea.

Jorge coge los papeles y empieza a leerlos de camino al salón, yo voy a la cocina a por un vaso de vino blanco y una cerveza fría. Cuando entro al salón lo veo sentado en el sofá, leyendo, con la misma expresión indiferente.

“¿Y para decirme que vas a cerrar un contrato con otra editorial me haces venir?”- pregunta mientras coge el vaso de vino que le tiendo.

“Jorge, La Muerte no es otra Editorial” – respondo.

“¿Y qué es entonces?” – inquiere.

“Pues La Muerte…Muerte…” – explico, pero por su indeferencia veo que no me entiende – “¡Joder Jorge!, ¡la de la capucha y la guadaña!”

“¿Insinúas que La Muerte quiere que escribas historias para ella? – dice sin parpadear.

“Sí…me crees, ¿no? ¿o piensas que estoy como una cabra?” –digo mientras me cambio de sitio y me siento a su lado.

“Pues,…la verdad es… – rompe a reír – …que creo que se trata del tema de tu próximo libro… y que estás experimentando conmigo para ver cómo serían las reacciones de los personajes ante las circunstancias que propones…¡Me parece una genialidad!”

“Jorge, no…, esto es real, por favor, ¡ayúdame!” – imploro desolado, al ver que la única persona que podría haberme creído no me toma en serio.

“Jajaja…¡absolutamente soberbio!....¡me parece una técnica magistral!” –dice dándome un manotazo cariñoso en la pierna – “¿Este diálogo va a salir en el libro?”

“Jorge, de verdad, que te estoy hablando en serio” – asevero mirándole a los ojos- “… en serio, no sé qué hacer,,,”

“Muy bien, muy bien, no te preocupes…” –me reconforta- “…me meteré en mi papel…, a ver, soy un editor y a mi escritor le encargan que escriba historias para La Muerte…, pero ¿por qué te pediría La Muerte algo así? Y, además, ¿cómo sabes qué realmente es algo sobrenatural lo que hay detrás de todo esto?”

Intento responder, pero Jorge me interrumpe justo cuando estoy abriendo la boca - “No, no, … no me lo digas, prefiero leerlo en el contexto del libro. Jajaja, ¡por Dios! ¡Qué gran idea!”.

Le sigo escuchando reír por el pasillo camino de la cocina, en pos de un poco más de vino blanco. Pensaba que mi historia podría despertar en Jorge diversas reacciones, pero no el aplauso y menos la hilaridad. Ahora ya sé cómo se sienten las personas que salen en la tele contando que han visto un OVNI y cosas por el estilo; ahora también sé que no debo contar a nadie más esta historia porque nadie va a creerme.

Jorge vuelve al salón con otro vaso de vino blanco y otra cerveza, a pesar de que yo no he tocado la mía. Se sienta a mi lado.

“Carlos, tienes que explicarme una cosa, ¿por qué aceptaría alguien un encargo así?”- pregunta.

Respondo – “Veo que no has leído la letra pequeña”.



VI


Así que Jorge retoma los papeles y empieza a leer para sus adentros. Así pasan unos cuantos minutos, hasta que le veo levantar la vista y mirarme fijamente.

“¡Soberbio! – dice – así que La Muerte quiere que escribas la muerte de otras personas, a cambio de dejarte describir tu propia muerte…¡me encanta!”

“Sí, pero hay ciertas condiciones…” – le explico.

“Por supuesto, por supuesto,…, eso le da más emoción. Carlos, este libro va a ser un bombazo.” – sentencia mientras me abraza.

“¿Y si te digo que es real?” – inquiero.

“Pues que no me lo creo, pero me parece muy bien el golpe de efecto que le has dado redactando estos dossiers jurídicos, porque le da un toque de realismo al tema, que permite una mejor reacción por parte de los personajes que interpretamos, ¿por qué tú y yo somos los protagonistas, no?” – explica – “Además, claro que es real, esta situación es real dentro del libro, y tienes que aceptar el encargo, porque si no, no hay historia.”

“Y porque si no, otro escribirá mi muerte, y prefiero elegirla…” – apostillo.

“Brindo por eso” – dice Jorge alzando su vaso de vino y dando por concluida la velada – “en cuanto tengas escrito algo, que supongo que ya lo tienes, envíamelo por correo electrónico que le eche un vistazo.”

Asiento con la cabeza y mientras cierro la puerta detrás de Jorge, pienso que ahora tengo el doble de trabajo, por un lado escribir la muerte de otras personas, y, por otro lado, escribir este relato.

Ya en la cama, pienso en por qué me habrá elegido a mí, a un mediocre escritorcillo, y en cómo voy a escribir la muerte de otras personas sin que se resienta mi conciencia, ¿y si escribo la muerte de una persona a la que quiero?, y, por otro lado, con la de gente que muere cada día, ¿cómo voy a poder escribir tantas muertes?, y, además, ¿qué muerte deseo para mí?, …, así que tomo una pastilla para dormir, para evadir mi mente de tanto ajetreo.

Eso sí, esta noche duermo con la luz encendida.



VII

Es curioso lo rápido que se evapora la sensación de paz cuando uno despierta y abre los ojos. Cero coma dos décimas de segundo más tarde, mi mente ya estaba dándole vueltas al tema de la muerte, y mi corazón, conduciendo a trescientos kilómetros por hora dentro de mi pecho.

“Dios, ¿por qué a mí?”.

Remoloneo un rato en la cama dándole vueltas al asunto, quizá no sea tan mala idea tomarme esto como una novela y actuar como un personaje, a ver qué pasa, aunque el sentimiento de intranquilidad que me embarga no me permite decidirme.

Paso el día así, de la cama al sillón y del sillón a la cama, dándole mil y una vueltas a la cabeza. Al final soy incapaz de decidir. He matado un día entero sin hacer nada de nada.
Vuelvo a recurrir a las pastillas para poder dormir, pero sin descanso, por que todos los sueños giran en torno a la misma temática y mi agobio no hace más que aumentar.

Cuando despierto aún es de noche y el contrato sobre la mesilla es lo primero con lo que tropiezan mis ojos. Estiro la mano para revisar bien su contenido y estudio una por una las condiciones, extrayendo el siguiente resumen:

1. Todas las historias deberán girar en torno a una o varias muertes y deberán ser originales.


2. Las historias deben ser lo más detalladas y descriptivas posible.


3. Las historias deben contener causas de muerte “reales”.


Supongo que este punto se refiere a que no puedo matar a nadie con un unicornio, salvo que sea una estatua de doscientos kilos.


4. La Muerte se reserva el derecho de asignar las historias a las personas y de decidir cuándo y dónde utilizarlas, así como cuántas veces utilizarlas.

5. El autor está obligado a escribir, como mínimo, el relato de una muerte al día. Cuando alcance la cifra de 10000 muertes el contrato quedará resuelto.


Es decir, que con los años que tengo y al ritmo de trabajo que llevo, voy a estar escribiendo muertes hasta el día del juicio final por la tarde…


6. El autor está obligado a que al menos 1 de cada 500 historias se deba a una catástrofe o accidente, en el que fallezcan un número de personas superior a 20.


7. El autor está obligado a escribir algunas muertes que conlleven violencia y sufrimiento.


8. Como recompensa a su trabajo el autor podrá escribir su propia muerte, pero no podrá elegir la fecha, ni el lugar, ni la hora.


9. Por su parte, la Muerte se compromete a ejecutar las historias de forma fidedigna a como estén relatadas.

10. El incumplimiento del contrato por parte del escritor supondrá la pérdida de los privilegios que conlleva, así como la reducción de su tiempo de vida en un 25%.


Como estas condiciones no me convencen del todo, cojo la estilográfica y apunto un par de condiciones más:

11. Las muertes descritas por el autor no podrán ser sufridas por ningún conocido suyo ni personas de su entorno.

12. Además de poder escribir su propia muerte, el autor recibirá una compensación económica mensual equivalente a lo que percibiría de publicar esas historias en un diario.

Conforme termino de escribir y doy por finalizadas mis exigencias, veo como mi caligrafía se transforma en letra impresa que se adapta al texto inicial como si siempre hubiera estado ahí. Incrédulo, ojeo todo el contrato, paso rápidamente las hojas, me corto con un folio, sangro, y veo que en el hueco donde antes debía firmar la Muerte, aparece una rúbrica extraña, y donde debía firmar yo, aparece una gota de mi sangre, lo que, supongo, equivale a mi firma.

El trato está hecho.


VIII


Mis primeras muertes, quiero decir, mis primeras historias, buscan minimizar lo más posible el sufrimiento humano, así que consisten en unos breves relatos que comienzan con unos buenos momentos (para que los pobrecillos se lleven un buen recuerdo de la vida) y terminan con muertes rápidas y, más o menos, indoloras. Por ejemplo, un infarto al corazón tras una maratón de sexo, un accidente de coche con muerte instantánea tras una comilona y, mi preferido, muerte natural mientras dormían y soñaban con el cumplimiento de sus más anhelados deseos.

Estas muertes al no ser llamativas, no aparecerán en los periódicos, y son tan comunes, que nunca las sentí como mías. Pero, enseguida, he tenido que enfrentarme a mis primeras muertes múltiples, y ahí sí que no tengo claro qué hacer para evitarles el sufrimiento, y, sobre todo, para que no consten en ningún medio de comunicación, haciéndome sentir culpable.

La primera de estas muertes la he enmarcado en un remoto pueblo de montaña de la India, donde una familia numerosa muy pobre, casi todos enfermos y desvalidos, muere a causa de intoxicación por la mala combustión de una estufa. Mueren todos, en total 22 miembros, sin darse cuenta, porque estaban dormidos.

En los siguientes días he estado buscando información de este hecho en la prensa, pero no he encontrado nada, supongo que sólo se harían eco de la noticia en su Región, así que, como mis ojos no ven nada, mi corazón no siente nada, y lo que mi bolsillo nota es un aumento de tamaño gracias a los billetes de 50 euros que, “casualmente”, me encuentro por la calle o en un pantalón que he echado a lavar.
Jamás recibí una nómina de formas tan sorprendentes.

La verdad es que me estoy acostumbrando a este trabajo fácil y rápido, y he empezado a dar por hecho que las historias que escribo son para personas sentenciadas, algo así, como condenados a muerte, y que mi labor es la de velar porque disfruten de unos buenos últimos momentos antes de morir sin que sufran demasiado.

Hasta hoy.


IX


Hasta hoy, porque hoy he empezado a fijarme en las muertes de las personas de mi entorno, y tal como constataba el diario local, ha habido un aumento de las muertes con violencia y de las muertes que conllevan algún tipo de sufrimiento, …, no sé cómo explicarlo, …, por decirlo de algún modo, han aumentado el tipo de muertes que nadie desearía para sí ni para los suyos, y esto, me ha dado mucho que pensar.

Así que he pensado que yo no soy la única persona trabajando para la Muerte, y que hay otros escritores ejecutando las sentencias de otras personas, concretamente, “mis” personas, es decir, gente que ellos no conocen y que están lejos de su entorno, pero que son allegadas mías…¡claro! ¡soy un gilipollas integral!... ¡cualquiera hubiese añadido esa cláusula al contrato!.

Si yo no escribo muertes crueles para otros, para equiparar la media, otros escritores tendrán que escribirlas, y como no pueden afectar a nadie de su entorno, afectarán al entorno del único autor que no las está escribiendo…¡yo!

Estoy jodido. No sé cómo pude llegar a pensar que podría ganar algo con este trato.

Me veo obligado a escribir historias llenas de miedo y sangre que no podrá soportar mi conciencia, pero si no lo hago, serán mis allegados quienes las sufrirán.


X



Llevo dos días dándole vueltas a este asunto incapaz de relatar sin temblar ninguna defunción, ya que el único fallecimiento que deseo escribir es el de la propia Muerte, pero ¿cómo puede uno matar a la Muerte? ¿Con agua bendita?.

También he pensado en intentar contactar con los otros escritores a su servicio, pero no sé cómo. Me temo que tendré que arreglar este lío yo solo.
Un poco al borde de la desesperación decido llamar a Jorge, mi editor. Así que cojo el móvil, elijo “Jorge” y espero seis tonos como en los concursos de la tele, pero al quinto escucho: “¿Sí?”

¡Hola Jorge! Soy yo, Carlos – respondo.

¡Eh! ¿Qué tal todo? ¿Cómo llevas el libro? – dice jovial.

Pues…estoy un poco atascado con el final…- digo algo dubitativo.

¿Por? – inquiere.

Porque estoy pensando en cargarme a la Muerte – un escalofrío recorre mi espalda al oírme pronunciar estas palabras – pero no sé cómo.

Pues ¿cómo va a ser Carlos? Con imaginación – responde Jorge riendo.

Supersencillo – ironizo – Desde luego que contigo tengo poca ayuda…

¡Hombre! Tú eres el creador y dios de tu mundo literario, yo… sólo lo saco a la luz… a cambio de ciertos beneficios ¡claro! - ríe.

Pues sabes lo que te digo, ¡que como dios, de lo único que tengo ganas es de que llegue el juicio final! – grito.

Acto seguido cuelgo, con un sonoro golpetazo, el teléfono.

Las palabras quedan colgando en el aire.

Creo que acabo de tener una idea.


XI


Así que esta es la idea: voy a escribir mi propia muerte.
Incapaz de soportar el peso abrumador de todas esas muertes en mi conciencia, estoy dispuesto a acabar con todo, o mejor dicho, con “todos”, porque voy a escribir el fin del mundo. Por supuesto, no voy a recurrir a los tópicos: nada de jinetes del Apocalipsis, ni de ríos llenos de sangre. Mi visión del fin del mundo es algo bastante más sublime.
Lo único que voy a respetar es la resurrección de los muertos, porque para celebrar el “Woodstock del fin del mundo” que tengo pensado, necesito, entre otros, a John Lennon y a Elvis.
Me estremezco sólo de imaginarlo. El mejor festival del mundo, todos los grupos que han hecho historia juntos sobre un escenario. Un concierto que se prolongará durante 365 noches.
Un año de felicidad absoluta, sin muertes, sin dolor en el mundo.
¿Acaso no merece la pena morir por ello?

lunes, 13 de diciembre de 2010

sábado, 4 de diciembre de 2010

VIII CERTAMEN POESÍA ALCANDORA
Aquí dejo uno de los poemas que me ha traído este galardón que tanto me ha emocionado y que me ha permitido conocer gente maravillosa. Espero que os guste:


CERCANÍAS
De tu corazón al mío hay una enorme distancia

No tan enorme
Si sabemos encontrar los atajos adecuados
Reposar la cabeza en el respaldo
Cerrar los ojos
Acariciar las paradas con las yemas de los dedos

Hacer del movimiento una experiencia
Y del viaje
Un destino

Así -de tu corazón al mío- se reduce la distancia
Se vuelve un suave traqueteo casi un arrullo
Una elipsis para soñar y disfrutar del paisaje
Para pasear el corazón
Por conformadas vías de acero

Un efímero trayecto
-Tan transitorio-
Como un liviano parpadeo de agua

Una breve distancia
-Tan milimétrica-
Como el grosor del cristal
De la ventanilla que nos separa

4/12/2010

miércoles, 17 de noviembre de 2010

"EL MINUTO INTERIOR" DE RUBÉN MARTÍN RECIBE EL PREMIO "OJO CRÍTICO" DE POESÍA

El poeta albaceteño Rubén Martín ha sido galardonado con el premio Ojo Crítico de Poesía 2010, que otorga Radio Nacional de España, por su libro titulado "El minuto interior", un texto con "excelente melodía contextual", según ha considerado el jurado.

Desde aquí felicitar a Rubén por ese nuevo y merecido reconocimiento.

domingo, 7 de noviembre de 2010

UN PRECIOSO CUENTO: EL CAZO DE LORENZO, DE ISABELLE CARRIER

Este precioso cuento recrea con palabras simples y unas ilustraciones tiernas y divertidas, el día a día de un niño diferente: sus dificultades, sus cualidades, los obstáculos que tiene que afrontar...
El cazo de Lorenzo llena un vacío, conmueve al lector, sea cual fuera su edad.

Aquí podéis adquirir el libro:

http://www.editorialjuventud.es/3781.html

Y aquí encontrar un montaje audiovisual:

http://www.youtube.com/watch?v=K0usZT3LGOQ

jueves, 14 de octubre de 2010

5 POETAS EN OTOÑO

Aquí está el cartel del ciclo "5 Poetas en Otoño" 2010, en Albacete:

- Guillermo Carnero
Fecha: 14 de octubre
Hora: 20:00h
Lugar: salón de grados del edificio Benjamín Palencia (Facultad de Humanidades)

- Karmelo Iribarren
Fecha: 21 de octubre
Hora: 20:00h
Lugar: Museo Municipal de Albacete (Antiguo Ayuntamiento)

- Autores albaceteños: León Molina, Valentín Carcelen, Javier Lorenzo y Rubén Martín
Fecha: 28 de octubre
Hora: 20:00h
Lugar: Museo Municipal de Albacete (Antiguo Ayuntamiento)

- Juan Luis Panero
Fecha: 4 de noviembre
Hora: 20:00h
Lugar: Museo Municipal (Antiguo Ayuntamiento)

- Dionisia García
Fecha: 11 de noviembre
Hora: 20:00h
Lugar: Museo Municipal (Antiguo Ayuntamiento)

Este ciclo está organizado por el grupo poético La Confitería y cuenta con el patrocinio de la Facultad de Humanidades, el Vicerrectorado del Campus de Ciudad Real, el Ministerio de Cultura y las Diputaciones de Albacete y Ciudad Real.La entrada es gratuita para todos los actos.

martes, 7 de septiembre de 2010

III CENTENARIO FERIA DE ALBACETE

Para celebrarlo, este poema que escribí hace algún tiempo:


OCIÓPOLIS

Los que te describieron
Como un cruce de navajas
O como una antesala periférica al azul del mar
Nunca consumieron
Una noche girando a 33 r.p.m.
Un 7 de septiembre
Ansiando la puesta de sol
Para explorar un amanecer eléctrico
De diez vidas

Los que te miraron con ojos de ventanilla
A través de una circunvalación de semáforos estratosféricos
Nunca atesoraran en la memoria
Una polaroid impagable
De hojas secas revoloteando sobre el parque de Abelardo Sánchez
Ni un viento de invierno hilvanando
De estrellas glaciales y nácar
La inmensidad de la noche

Ellos no saben
De la infinita bóveda celeste de tu llanura
Del sabor a hojaldre y crema de los besos de Miguel
Del océano-bazar que esconde
Mi adolescente Nueva York de bolsillo

Tres castillos y un murciélago
Bordados en una plaza
Es lo que necesita mi corazón
Para volver a ser niño

Una sartén que cocine una fiesta
Un pincho donde ensartar
Los recuerdos perdidos

Todo
En un lugar de la Mancha
De cuyo nombre
Yo nunca me olvido

domingo, 1 de agosto de 2010

JÓVENES ARTISTAS CASTILLA-LA MANCHA 2010

Ya se sabe quienes son los ganadores de esta edición. En este enlace podéis encontrar sus trabajos:

http://www.portaljovenclm.com/premiados.php

sábado, 31 de julio de 2010

EXPOSICIÓN JÓVENES ARTISTAS 2009

El Instituto de la Juventud de Castilla-La Mancha, en colaboración con diferentes Ayuntamientos de la provincia de Ciudad Real y Cuenca, exponen durante el mes de agosto las obras presentadas en la edición del Certamen de Jóvenes Artistas 2009, en las especialidades de Fotografía, Cómic e Ilustración.

Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real) del 1 al 10 de agosto en la Sala de Exposiciones de la Casa de la Cultura. Más información en el teléfono 926 26 67 06 y en el correo cultura@villarrubiadelosojos.es.

Minglanilla (Cuenca) del 11 al 20 de agosto en la Casa de la Juventud. Más información en los teléfonos 962 18 75 55 y 962 18 71 20 y en el correo marta.aedl.minglanilla@gmail.com.

Iniesta (Cuenca) del 21 al 30 de agosto en la Sala Centro Juvenil de Iniesta. Más información en el correo rgomeznunez@yahoo.es.

martes, 15 de junio de 2010

LA BICICLETA AZUL

Del 17 al 20 de junio tendrá lugar en Albacete la 3ª edición del proyecto cultural "La bicicleta azul" que con un programa multidisciplinar pedaleará sin parar por todos los rincones de la ciudad.

viernes, 21 de mayo de 2010

XXIX CONCURSO LITERARIO PARA JÓVENES DEL AYUNTAMIENTO DE ALBACETE

Ya se sabe quiénes son los ganadores del "XXIX CONCURSO LITERARIO PARA JÓVENES DEL AYUNTAMIENTO DE ALBACETE", en el siguiente enlace tenéis toda la información:

http://albacetejoven.es/SERVICIOS/ocio/concursos.php

La entrega de premios tendrá lugar el 3 de junio (jueves) a las 18:00h en la Sala Pepe Isbert del Teatro Circo de Albacete.

miércoles, 19 de mayo de 2010

FALLADO EL VII CONCURSO DE RELATO BREVE DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO

Aquí está el acta que el jurado hizo pública ayer a las 20.00 h. en el Museo:

ACTA DEL VII CONCURSO DE RELATO BREVE DEL MUSEO ARQUEOLOGICO DE CÓRDOBA 2010

En el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, sito en Plaza de Jerónimo Páez, nº 7 de Córdoba, siendo las 17,30 h. del día 18 de Mayo de 2010, se reúnen los miembros componentes del Jurado del citado Concurso de conformidad con las bases del mismo.

El JURADO está compuesto por los siguientes miembros:


PRESIDENTE:
D. Joaquín Dobladez Soriano, Delegado Provincial de la Consejería de Cultura en Córdoba.

VOCALES:

Eduardo García. Escritor. Premio Nacional de la Crítica, 2008

Andrés Neuman. Escritor. Premio Alfaguara, 2009

María Rosal. Escritora. Premio Andalucía de la Crítica, 2004

Fernando González Viñas. Ganador del VI Concurso de Relato Breve 2009

SECRETARIA:

Dª Mª Dolores Baena Alcántara, Directora del Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba.

Han participado un total de 115 relatos, todos conformes a las bases.
Tras debatir el Jurado ampliamente sobre la calidad de los relatos presentados, emiten por unanimidad el siguiente FALLO:

PRIMER PREMIO de 1000 euros.
“Los Trabajos y los Díaz”.
Pseudónimo: María Iribarne
Autor: Danner González Rodríguez


SEGUNDO PREMIO de 500 euros.
“Te espero en el Museo a las 9”.
Pseudónimo: Ungaretti
Autor: Salvador Blanco Luque


TERCER PREMIO de 300 euros.
“Normalidad”.
Pseudónimo: Zulema Vergara
Autor: Faustino Lara Ibáñez

El Jurado acuerda elegir como finalistas para su publicación los siguientes relatos:

“Hic Sunt Leones”.
Pseudónimo: Emma Zunz
Autor:Óscar Mora

“Vacío, Lleno”.
Pseudónimo: Ailanto
Autor: Mª Lucía Plaza Díaz

“Lacrimatorio”.
Pseudónimo: Insula Gaditana
Autor: Enrique García Luque

“La botella de los músicos”.
Pseudónimo: Sirma
Autor: Alberto de Frutos Dávalos

“Monique”.
Pseudónimo: Ynaca Ecco
Autor: Enrique G. Garcés Blancart

“La pieza CE002885”.
Pseudónimo: Druso Minor
Autor: José Manuel Díaz Benítez

“Máscara y espanto”.
Pseudónimo: Jaime Mandarina
Autora: Daniel Blanco Parra

“Res non fugit 0.1”.
Pseudónimo: Arborícola
Autor: José Mª Arjona Izquierdo

“N.R. 28.281”.
Pseudónimo: W Oberath
Autor: Agustín Jurado Sánchez

“Los puntos suspensivos en los escritos científicos”.
Pseudónimo: Time Croke
Autor: Antonio Zafra Arrebola

Los tres relatos ganadores y los diez relatos finalistas serán publicados bajo el titulo Relatos en el museo. VII Concurso de relato breve que será presentado el próximo año en el acto del fallo público del VIII Concurso de Relato Breve.

No habiendo más asuntos que tratar, se levanta la sesión en el lugar y fecha arriba indicados, siendo las veinte horas.

PRESIDENTE,

Fdo. Joaquín Dobladez Soriano

VOCALES,

Fdo. Eduardo García

Fdo. Andrés Neuman

Fdo. María Rosal

Fdo. Fernando Glez. Viñas

SECRETARIA,

Fdo. Mª Dolores Baena Alcántara



Más info:

Adjunto el relato con el que participé:

VACÍO/LLENO

Ese día el museo amaneció vacío.
O… tal vez debería decir lleno. No… mejor vacío. Aunque… decir vacío no sería totalmente correcto.
Volveré a formular la primera frase: Ese día, el museo arqueológico amaneció “vacío”.
Vacío de mosaicos romanos, vacío de tesoros ibéricos, vacío de joyas califales y de todas las piezas únicas que un museo guarda.
Por eso, ese día, el museo amaneció vacío.
Las salas mostraban toda la luz que es capaz de reflejar la pulcritud blanca de sus paredes pulidas, y el silencio que se respiraba en las salas, ya no era el digno y aterciopelado silencio que acompaña a las vetustas bocas talladas en mármol.
Las vitrinas protegían la nada con el mejor de sus reflejos, y los cartelitos indicadores con los nombres de las piezas, aparecían ahora en un recién estrenado blanco. Por eso digo que, ese día, el museo amaneció vacío.

O tal vez debería decir lleno, porque toda la ausencia de mármol y filigrana de oro, todo el espacio dejado por la cerámica y la piedra caliza, se encontraba ahora lleno.
Lleno de personas que se paseaban por el museo con los ojos como platos, lleno de gente que buscaba huellas en los rincones más variopintos, lleno de individuos que llenaban el espacio con sus miles y miles de preguntas mentales.

Y sin embargo… ningún cártel rezaba que el museo se encontrara en plena reforma. Y sin embargo… ningún empleado del museo parecía encontrarse allí, ni en los alrededores; y todo el espacio estaba lleno de preguntas, y vacío de respuestas.

Los primeros en llegar había sido una pareja de turistas argentinos que encontraron las puertas abiertas, y se habían ido adentrando en el museo en busca de alguien que les vendiese las entradas. Pero el museo estaba vacío, y cuando ya se daban la vuelta pensando que se habían equivocado, se toparon con un grupo de escolares de Cabra que venían a visitar el museo.
La profesora les corroboró que, efectivamente, ese era el Museo Arqueológico de Córdoba, así que volvieron a adentrarse todos juntos en busca de algún miembro del personal. Y mientras buscaban y buscaban, más gente iba llegando: tres estudiantes de arte, un turista japonés, y hasta un pequeño grupo de jubilados gallegos.

Y todos teorizaban en voz alta con lo que debía de haber pasado. Y todos decidieron que lo mejor era avisar a la policía.
Así que, eso hicieron. Y al cuarto de hora, cuatro agentes de la policía local de Córdoba se presentaron en el museo y escucharon las explicaciones de los allí presentes. Efectivamente, contrastaron que el museo estaba “vacío” y que no se veía, por ninguna parte, a ninguno de los empleados. Así que decidieron avisar a sus superiores y, mientras aguardaban instrucciones, acordonar la zona.
Dieron orden a todos los presentes de salir a la placeta del museo, pero… ¿quién era capaz de controlar a todos los niños diseminados por las salas que jugaban a ser estatuas romanas, que introducían sus pulseras dentro de las vitrinas, y que creaban monumentos funerarios con las hojas caídas de las plantas del patio? Y, ¿quién era capaz de sacar de su conversación a los corrillos de turistas que contaban otras historias similares o relacionadas?

Todas las salas rebosaban historias nuevas y vida, y la Dirección del museo, al otro lado de las cámaras de seguridad, se regocijaba por dentro porque había conseguido que esa casa-baúl de Historia generase más Historia, y que todos comprendieran que, de algún modo, ya formaban parte de la misma.

La performance había sido un éxito.

martes, 11 de mayo de 2010

PISO PILOTO 2ª EDICIÓN

Aquí os dejo algunas fotografías y enlaces de la presentación de esta 2ª edición. Muchas gracias a todospor compartir ese día conmigo.

Con Miguel Ángel García, de la Fundación Auno, y Rubén Martín Díaz.


Un momento de la lectura.

El broche final, puesto por "La Clacosfera".



http://www.auno.es/fundacion/actividades.php?id=201&pant=2


http://www.poesia-irc.com/j/index.php?option=com_content&view=article&id=3699%3Asiempre-he-estado-unida-a-la-poesia-de-alguna-forma-desde-pequenarlucia-plaza-diaz-escritora-&catid=15%3Anoticias-general&Itemid=1

lunes, 3 de mayo de 2010

PRESENTACIÓN SEGUNDA EDICIÓN "PISO PILOTO"

Mañana día 4 de Mayo, a las 19:30 h, en la Sala Pepe Isbert del Teatro Circo de Albacete, tendrá lugar la presentación de la 2ª edición del poemario "Piso piloto", editado con el apoyo de la Fundación AUNO, dentro del marco de las ayudas Meceaunando 2009.

Estarán conmigo Rubén Martín Díaz y La Clacosfera.

Espero veros por allí.

domingo, 25 de abril de 2010

I JORNADAS DE LITERATURA FRANCISCO NIEVA

El próximo martes, día 27 de abril, haré una lectura de poemas en la "Residencia Universitaria Francisco Nieva" (Avenida de Camilo José Cela, nº 9), de Ciudad Real.

Será a las 20:00 horas.

Sed bienvenidos.

lunes, 22 de marzo de 2010

PRESENTACIÓN "EL LATIDO Y LA VOZ"/"DOS POETAS. DOS AMIGOS"

La escritora María Rosa Castillo Aroca presenta el lunes, a las 19,30 horas, en el Museo Municipal, su primer libro, "El latido y la voz", junto a Germán Tornero Cantos y Ángel Ñacle García, autores del poemario "Dos poetas. Dos amigos".
En el acto intervendrá el Trío Musicás (Clarinete y Saxofón).

miércoles, 17 de marzo de 2010

ENTREGA DEL 63º PREMIO ADONÁIS

El martes 16 de marzo, en el Teatro Circo de Albacete a las 19:30 horas, tuvo lugar el acto de entrega del Premio Adonáis 2009. En él participaron Carmen Oliver (Alcaldesa de Albacete), Rosario Gualda (Concejala de Cultura), Carmelo Guillén Acosta (Director de la Colección Adonáis y miembro del jurado del premio) y Luis Martínez-Falero (poeta ganador del Premio Adonáis en el 97).

La emotiva presentación fue realizada por Ángel Aguilar, concluyendo el evento con algunos de los poemas de el libro "El Minuto Interior", que de la voz de Rubén, hicieron palpitar el Teatro y constatar el merecimiento de dicho premio.

Que tus versos sigan volando alto, Rubén.
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